La práctica terapéutica: Visibilidad en movimiento
Autora: Eugenia Aptecar
“Cada hombre que trabaja por la amplificación, aunque sea mental, de sus espacios de vida, es un artista.”
“Ay Sudamérica”, acción de CADA, en Robert Neustadt CADA día: la creación de un arte social.
Cuando Ann Cooper Albright, comenzando su conferencia Tocando la Historia, pregunta “¿cómo es uno tocado por su historia? remarca que no está preguntando por cómo uno es afectado por ella, o si es que uno tiene que aprender algo de la historia. Justamente ser tocado por la historia canaliza el proceso de una experiencia perceptual, cuya medida no puede ser cuantificable.” Hace más de 20 años escribí el trabajo ¿Qué nos dice el cuerpo de nuestra historia familiar? Intentaba abordar el “cuerpo” en su amplia y compleja capacidad de registro del entorno humano, de memoria y de lenguaje, a través de recursos técnicos no mediados por la palabra, sino por el cuerpo mismo, o con la intermediación de objetos.
Esta práctica me permitía observar modificaciones de ciertos síntomas somáticos en forma sorprendente además en períodos breves de tiempo, pero también facilitaba la producción de cambios vinculares “a distancia”, concretándose situaciones familiares que habían sido demoradas muchos años, como por ejemplo mudanzas, migraciones, divorcios, cambios laborales. Mi pregunta en aquel tiempo era de qué estaban dando cuenta esos fenómenos?
Ann Cooper es contundente cuando cita a Toni Morrison: {La distinción crucial para mí no es la diferencia entre el hecho y la ficción, sino la diferencia entre el hecho y la verdad. Porque los hechos pueden existir sin la inteligencia humana, pero la verdad no.} Y sostiene que esas “verdades” están fundadas en una conciencia somática, a la que Morrison describe como “lo que los nervios y la piel recuerdan tal como apareció”. Ann también aclara que el tocar hace énfasis en la propia reciprocidad “pues es imposible tocar en modo alguno que no implique el propio cuerpo” Es muy interesante la idea que propone acerca de cómo “el uso de la inteligencia física al investigar hechos o artistas de la danza permite crear un “archivo encarnado” que se equipara a un archivo visual o escrito, yo sumaría auditivo, que ayudan a localizar más que simples hechos. Algo así como que el imaginario cobra encarnadura, status de registro.
Hace ya muchos años, una mujer joven me consultó porque estaba excedida de peso, y aunque concurría a un centro de actividades comunitarias para obesos, no conseguía reducirlo, “ya no sabía qué hacer”. Mostraba un cuerpo “en bloque”, transmitía una sensación de cargar con mucho peso, concomitante con una llamativa falta de apoyo en sus pies… ¿denuncia de una historia de poco sostén? Un día llegó a nuestro encuentro desequilibrada, muy angustiada, le costaba hilar un relato, no “sabía” porque estaba así. Al caminar sus pies tambaleaban, su cuerpo parecía un gran bloque al que tenía que tenía que arrastrar. Le propuse que se detuviera en un lugar del espacio, que apoyara sus pies, flexionara sus rodillas y recorriera su columna con movimientos ondulantes como para percibir las articulaciones entre las vértebras. Le resultaba imposible hacerlo. Solo se movía hacia atrás y adelante con la columna en bloque. Le propuse entonces que estirara las piernas y llevara su cabeza hacia el centro de la tierra, dejando que la columna acompañara esa dirección. Se quejaba de dolor. Le sugerí que se relajara, que dejara caer el peso de su cabeza hacia abajo, y comencé a hacer rodar una pelota de tenis lenta y suavemente sobre su columna, comenzando el recorrido desde el sacro-coxis hacia las vértebras cervicales. De pronto echó a llorar angustiosamente, no dejó de hacerlo hasta terminado el ejercicio propuesto. Recuperó la posición vertical con un poco más de flexibilidad y aún, seguía llorando. Cuando pudo hablar, me comentó que había recordado algo que nunca había hablado en su terapia anterior: de pequeña, por un trastorno en su columna había llevado un corsé de yeso torácico y debía someterse a tracciones cervicales con cierta periodicidad. Cada vez que debía pasar por ese tratamiento, sufría crisis de llanto porque temía que se levantaran los pies del piso y terminara ahorcada. Sus padres le reprochaban su miedo, sin comprender su sentido, su profunda angustia de muerte.
A partir del surgimiento de este recuerdo comenzamos a pensar cómo eran semantizados en su familia ciertas series y relaciones significativas: el cuidado/el descuido, lo sano/ lo enfermo, lo que se registraba como síntoma y lo que no, y esto echó luz sobre situaciones que no habían sido percibidas como sintomáticas o como fuente de angustia o sufrimiento. Re-conocer a través del registro corpóreo la memoria de situaciones configuradas en su entorno familiar infantil despertó rápidamente su sensibilidad respecto de la trama de relaciones entre sus padecimientos y su familia actuales.
Hubert Godard nos dice en -El gesto y su percepción: “Cada individuo, cada grupo social, de acuerdo con su entorno, crea y experimenta sus mitologías del cuerpo en movimiento que dan forma a continuación a las redes fluctuantes, consientes o inconscientes en cualquier caso activas, de la percepción.”
¿Cómo se construye observabilidad sobre esos aspectos, y cuáles serían los ingredientes necesarios del entrenamiento en una observación involucrada, situada? Probablemente “lo relacional” agrieta el concepto convencional de aquella observación que mantiene el dualismo observador-objeto, así como otros tantos dualismos. El trabajo terapéutico mediado con objetos, sobre todo cuando aquellos involucran el contacto directo entre la corporalidad del consultante y la del terapeuta, facilita la integración de un registro perceptual cualitativamente diferente al que sucede cuando se privilegia el relato verbal de las situaciones de conflicto que se buscan investigar. Se experimenta una forma de conocimiento al que se accede casi intuitivamente, que prescinde de “explicaciones”.
Es recién a partir de detectar esa dimensión que se puede cambiar el registro observacional sobre lo propio y lo ajeno. Observar no es solo es mirar, sino comprender, percibir, sentirse formando parte de lo que se vive, presenciar. Si bien es cierto que hay prácticas centradas en el uso de la palabra, que TOCAN al cuerpo, NO es lo mismo proponer hacer experiencia -entre –desde los cuerpos de ambos, paciente y terapeuta. En mi experiencia la participación concreta-situada - de la corporeidad del consultante, y del terapeuta, habilita el hacer presente, visible, audible o perceptible alguna información que no está puesta en palabras- que no se expresa en ese código- pero sí forma parte de la composición corporal y vital de la persona.